Caracas,
o una posible Caracas del futuro, sirve de marco geográfico a la trama de
Jinete a pie, novela escrita por Israel Centeno. El clima es envolvente, el
paisaje está impregnado de decadencia y sus personajes son espectros a
semejanza de un burdel orwelliano. En Roberto Morel recae el peso protagónico,
es bajo su responsabilidad que los hechos cambian el curso para generar la
catarsis necesaria propias de un sacudón; es un jinete a pie, en un ambiente
donde hay cabida para lo deprimente, lo absurdo y lo tangencial.
Un
jinete a pie es en esa Caracas basada en la especulación, una persona sin
motocicleta. El crack financiero provocó la caída abrupta de los precios del
petróleo y con ello la instauración de la anarquía en una tierra totalmente
dependiente del oro negro. Es ahí, donde los que hoy conocemos como colectivos,
toman las calles y arengados por consignas y proclamas, hacen del ruido de las
motos el sonido del terror, del pánico y de la muerte, situación que deja en
desventaja a todo aquel que camine por los espacios abiertos, quedando en
evidencia para ser víctima de un safari.
El
safari promueve la persecución de un peatón, se convierte en la diversión de
los motociclistas y antes de darle la inevitable caza llevan a la presa a
estados de demencia deplorables. ¿Y los carros? También son víctimas de las
motos, tal y como podemos observar en nuestro acontecer diario. Por momentos
tiende a reinar la paz y se logran acuerdos frágiles de no agresión. Los
peatones tienen derecho a tomar café en ciertas
panaderías y éstos, para escapar del miedo y del hambre comen turrones
de auyama y beben infusiones de campanita.
Roberto
Morel es un peatón más, sobrevive, vale así decirlo, refugiado en un gueto,
acompañado por un grupo de desposeídos. Es posible que con el nuevo orden los
recuerdos se hayan esfumado y la amnesia se hace colectiva. Roberto se ve
asaltado por las dudas de lo que pudo haber sido su vida anterior, su pareja y
un hijo que partió a tierra lejana. Y una manera de salir de ese marasmo es
confrontar el statu quo. Morel asesina a un motorizado en la panadería y se da
inicio un safari en el que la mujer que pretende darle caza puede tener alguna
conexión con su pasado.
El
grupo de alienados se une a la causa, alentados por la esperanza de encontrar
un camino que los lleve a otra comarca, otra realidad. Por un breve período se
esconden en las ruinas de una iglesia hasta que logran emprender la huída sin
dejar de ser vistos por las palomas, los gatos y los tordos, animales cómplices
de los motorizados que forman parte del engranaje de la ya enrarecida
atmósfera. La persecución anuncia el desenlace de la historia, la ruta de las
mil y una probabilidades.
Jinete
a pie es una novela con pasajes intrincados que requiere de un lector dispuesto
a desenmarañarlos, ausente por momentos de cierta lógica para sumergirse en un
surrealismo oscuro y desalentador. Los recuerdos, como piezas de un engranaje,
buscan el lugar apropiado en un universo yuxtapuesto e inverosímil. Una novela
como ésta, sicológica, política, con tintes de ficción distópica aspira a abrir
el cauce de un ramillete de obras en las que el autor descargue el pesimismo
sobre la continuidad del modelo actual marcado por la indolencia del hombre y
la acentuada velocidad de los cambios producto de los avances tecnológicos.
Nesfrán
González Suárez
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